SOLEDAD de Víctor Catalá

(…), y su soledad se espesó y congeló en torno a su alma como una gleba polar.
— Soledad, Víctor Catalá

Soledad, una novela de Víctor Catalá, seudónimo de Caterina Albert y Paradis.

Caterina Alber nace en la provincia de Gerona (España)en 1869, en una familia acomodada. Puede huir de las convenciones sociales de su epoca y dedicarse al arte y a la literatura.

Me llamo mucho la atención el incidente que se cuenta en la introducción sobre la autora que viene en la edición que tengo del libro, así que lo comparto aqui: se presenta a un concurso literario con el monologo teatral “La infanticida”, obra que resulta ganadora del concurso. Sin embargo, más tarde deciden retirarle el premio, en parte por tratarse de una mujer que escribe sobre “ese” tema, en parte porque al parecer no acudió a recoger el premio, y por el tema en sí, incómodo y considerado inmoral en la época. (¿Y en la nuestra? No puedo evitar preguntármelo según escribo esto…)

A partir de entonces firma siempre con el seudónimo masculino Víctor Catalá.

Escrita originalmente en catalán, esta es una traducción de Nicole D’Amonville, hecha para esta edición.

La novela cuenta la historia de Mila, una joven que acaba de casarse, y se traslada con su marido Matías a una ermita de la montaña, donde él ha conseguido un trabajo, que básicamente consiste en cuidar de la ermita y recaudar donaciones para la iglesia por los pueblos del valle.

La novela relata como pasa Mila los días, arriba en la montaña, sin prácticamente ninguna compañía, y su inmensa soledad, que siente porque su marido prácticamente nunca esta en casa. Su único contacto humano, es el pastor que habita por el valle, y con el que entabla amistad. Tambien aparece otro personaje, que se hace amigo de su marido: un hombre que deambula por los alrededores, y del que nadie se fía.

(…) cuando veía que en el campo contrario todo permanecía tranquilo e inalterable, ella, vencida, desanimada, presa de una sombría desesperación falta del menos resplandor sentía deseos de arrastrarse por el suelo, morderse en silencio, morir de hambre en un rincón, trasmutar su ser cargado de inquietudes en algo insensible, petrificado, muerto en vida…
— Soledad, Víctor Catalá

Me llamó la atención un poco el estilo que usa la autora, muy poético, muy descriptivo, muy literario, cuando narra los pensamientos y las sensaciones de Mila, muchas veces usando incluso la primera persona, y que me chocaban con el personaje de Mila, que es una chica de pueblo, sin apenas ninguna educación. Es simplemente algo que me llamó la atención a lo largo de toda la novela, no por que me parezca negativo, si no porque era algo que me chocaba constantemente. Entiendo la licencia poética de la autora y hasta la agradezco, porque me gustaron mucho esas descripciones tan intensas de emociones y sensaciones; contrastado además con la indiferencia de la naturaleza de la que vive rodeada.

Me gustó mucho también la personalidad que le da al pastor, a través de su forma de hablar. Al parecer la autora inventó un dialecto para este personaje, que no existía realmente. Un personaje entrañable, que realmente está construido solamente a través de lo que cuenta, con alguna escueta descripción en algún momento.

Tengo que reconocer también que algunas partes se me hicieron excesivamente largas, y notaba que perdía el interés. En concreto en alguno de los capítulos en los que se cuentan historias y leyendas locales, pero creo que mas bien fue por mi estado de ánimo. A pesar de que me encantan las novelas de este tipo, en las que realmente pasar, pasa muy poco, si no que la narración se centra en las luchas interiores de los personajes…

El final me rompió el corazón, esperaba de alguna manera que algo así podría suceder, pero cuando sucede, y sabes que no hay solución posible, me quedé hecha pedazos.

Mila permanecía inmóvil en su mirador y, poco a poco, sus abiertos y encantados ojos se abrillantaban, se vidriaban y encharcaban hasta que de ellos se desprendían dos gruesas lágrimas que caían sobre sus brazos cruzados. A estas las seguían otras, quedas, continuas, abundantes, las que, una tras otra, colgaban trémulas del hilo de plata que ellas mismas tejían sobre sus mejillas y, por último estallaba el llanto, de primeras, trémulo e inseguro como el de una criatura extraviada, luego, precipitado y latiente, y a lo último, sin freno, alocado, cargado de sollozos e histéricos chillidos. Era un llanto de añoranza, de aburrimiento, de angustia, de congoja del alma, prologado sin fin (…)
— Soledad, Víctor Catalá
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